2006/09/18

Sugerencias para escribir la Otra historia...

1. La historia que conocemos es básicamente la historia escrita desde el Poder, que hace hincapié en aquellos acontecimientos que más le convienen para su perpetuación, silenciando o narrando a su manera aquellos que atentan precisamente contra él. Constatamos en toda la historia de la humanidad que no hay poder sin rebeldía. La Otra historia es la historia de esta rebeldía, la historia de aquellos acontecimientos –y aquellas palabras que los acompañan- que marcaron una orientación posible de la historia, en contra de su actual curso, en el sentido de desplegar lo que más de humano hay en el hombre y en la mujer, de desplegar lo que es común y no lo que nos separa –y no lo que nos aliena: el poder y sus instituciones-, aunque aquellos acontecimientos fueran reprimidos y no lograran imponerse. Acontecimientos pues rebeldes que han marcado la historia y que de haberse desplegado hubieran cambiado la orientación de la historia y que por tanto marcan una orientación posible y no utópica de ésta.
Escribir pues la historia de las resistencias al Poder, la historia de aquello que el Poder ha silenciado, ha aplastado, aquello que no ha podido recuperar, aquella vida que a lo largo de los tiempos escapa a su dominación. Todas las resistencias a esta dominación que encontramos ya en Sumer, cuando en Erech el jefe del lugar osó decir a una anciana donde no debía plantar las semillas, y al día siguiente aparecía muerto. O cuando en las provincias más pobladas del centro y del sur de China, los T'aip'ing, con el proyecto de construir una comunidad igualitaria, derrotaron a los ejércitos imperiales durante trece años, desde 1851 hasta 1864. O cuando en la pampa argentina cuatro mujeres prostitutas se negaron a tener relaciones sexuales con los soldados que acababan de asesinar a los obreros de las estancias en las huelgas de la Patagonia en 1921. O en la que podríamos llamar la primera huelga general, en Egipto durante el reinado de Ramsés II. O en la huelga de esclavos negros en Mesopotamia. O en Roma con la rebelión de los esclavos. O en América durante la resistencia a la conquista. O en las revueltas campesinas en la Europa del siglo XVI, o en Chiapas en el siglo XVII (Tuxtla, 1693; Soconusco, 1701; Cancuc, 1712). O en todas las resistencias a la industrialización y a la mercantilización en los siglos XIX y XX llevadas a cabo por los proletarios, ya más conocidas….Y de todas las resistencias que de manera particular, ya en un ámbito más próximo, recorren el actual acontecer.

2. La mitología progresista domina la historia escrita y quiere explicar, en forma teleológica, la sucesión de los acontecimientos, disolviendo aquello de singular que éstos contienen, y entendiendo la historia a partir de una concepción acrítica de la idea del progreso, como un movimiento ascendente hacia la modernidad, desde el hombre salvaje al hombre moderno o en versión marxista (Engels) desde el comunismo primitivo al comunismo. Por el contrario, se trata de anotar aquellos acontecimientos rebeldes en su rebeldía misma, entender lo singular del acontecimiento sin disolverlo en su valoración-utilización desde una perspectiva progresista.
La historia contada desde el poder es la historia del progreso, que arranca precisamente con la burguesía, clase ascendente que elabora la ideología del progreso, eliminando de su comprensión histórica todos aquellos obstáculos (trabajo esclavo, todo aquello que hay de catastrófico y no puede contarlo como natural…) que entorpecieran su concepción lineal ascendente, con sentido hacia un fin. La burguesía confunde el progreso del capital con el progreso de lo que de humano hay en la mujer y en el hombre, llamando progreso a su progreso, a su guerra contra la humanidad. Esta ideología progresista elaborada en los siglos XVIII y XIX por una clase en ascenso y que las corrientes socialistas hicieron también suya, es hoy apenas discutida. Aparte de la inagotable crítica de Nietzsche, sí hay, por el contrario, una crítica reaccionaria, es decir hecha desde una exaltación del pasado, a la ideología del progreso, que se hace a caballo de la crítica al mundo moderno. Es la que encontramos por ejemplo en Bernanos, en La liberté pourquoi faire, o La France contre les robots, o en el Péguy de los Cahiers de la Quinzene, círculo del que era asiduo Georges Sorel. También en Sorel, Les illusions du progrès, escrito en 1908, encontramos la crítica del progreso junto a la crítica apasionada, más moral que intelectual, de la democracia liberal, desde una posición antiintelectualista que toma partido por la voluntad contra la razón, y, con Nietzsche, también por Dionisio contra Apolo, por la Grecia heroica de Homero contra Sócrates. Antiprogresista es también la posición de Bordiga a caballo del anticapitalismo, e igualmente antiprogresista es la lectura que hace, también desde el anticapitalismo, Bruno Rizzi, en La Burocratización del mundo. Una importante crítica a la lectura progresista de la historia, esta vez desde posiciones próximas al neoprimitivismo, la encontramos en Fredy Perlman en su libro Against History, Against Leviatan, donde traza la historia de la bestia artificial, que Hobbes llamará Leviathan, desde el estado salvaje (el estado de naturaleza que todavía existía en Sumer) hasta el estado "superior" de civilización, al mismo tiempo que da cuenta de las resistencias a tal progreso de deshumanización.
Nuestra crítica a la lectura progresista de la historia, hoy mayoritaria en lo que, simplificando, podríamos llamar la izquierda en un amplio abanico, desde el socialismo al anarquismo, no puede fundamentarse en el pasado sino en el futuro, futuro no utópico y que abre la historia a un por venir que no es mera proyección de la realidad actual. Se trata pues de salir de la ideología del progreso sin caer en la nostalgia de un pasado idílico.

3 Sin idealizar el pasado. También éste está atravesado por relaciones de poder. Nuestra lectura del pasado ha de criticar pues aquellas relaciones de poder, todo aquello que hay de sumisión, de alienación en las relaciones sociales que vemos establecidas. Sería una forma de superioridad, una forma encubierta de racismo dejar de criticar en las relaciones y formas del pasado aquellos aspectos y formas de alienación y sumisión que entre nosotros hoy no aceptamos y criticamos.
Por otra parte, no es fácil el acceso al pasado: los cambios de paradigma de una época a otra y el consecuente reconocimiento del error dado por verdadero, nos advierten de la dificultad del saber sobre el pasado. Tampoco es fácil acercarnos al pasado sin cargarlo de ideología, sin buscar en él lo que hoy nos falta de humanidad, en un paraíso perdido.

Como escribe Aubry citando a Wallerstein, rememorar el pasado es un acto social del presente. La “verdad cambia porque la realidad cambia. Es desde el presente, desde nuestra situación en el ahora que miramos el pasado. La ética es pues primera, va por delante: nuestra crítica práctica y teórica al poder marca nuestra lectura del pasado. Lectura que se hace pues desde el presente, un presente no cerrado en él mismo –como si lo que existe fuera todo lo que puede existir- sino abierto a lo posible, a lo posible en la historia, no más allá fuera de este mundo.

4. Esta Otra historia tampoco puede ser victimista. No se trata tanto de escribir la historia de la represión como la historia de la libertad, no es lamento sino afirmación de rebeldía y de dignidad.

Muchas veces al escribir contra el poder y contra la historia narrada desde el poder escribimos sobre la represión, sobre el dominio que el poder ha ejercido sobre hombres y mujeres, sobre las instituciones que han ejercido este dominio, sobre el Estado que nos somete. Al escribir la Otra historia tendría que predominar la narración de las resistencias a este poder, a esta dominación. Hacer hincapié en el hecho de que el Estado no logra dominarnos, que a pesar de tener todo el poder mediático, político, económico, técnico…,no puede acabar con la rebeldía, no puede domesticar al viejo topo.